El misterio de los chemtrails constituye uno de los asuntos más difíciles a los que he debido enfrentarme como investigador y divulgador de todo aquello que es menospreciado o maltratado por la mayoría de los medios informativos. Millones de personas en todo el mundo han observado en multitud de ocasiones como los cielos despejados se llenan de nubosidades tras las maniobras intencionales de aviones que despiden eso que –como proponen los académicos del Grupo Belfort– deberíamos llamar estelas o contrails persistentes, algo que hace más de una década no ocurría. Algunos han elaborado todo tipo de teorías para explicarlas, todas las cuales son discutibles y requieren para ser aceptadas como válidas un volumen de pruebas que esté al nivel de aquello que afirman. Pero los hechos son contundentes: esas estelas, las maniobras que las entrelazan, sus efectos y el comportamiento de las aeronaves que las despliegan son diferentes de las que sólo en ciertas condiciones dejan los aviones comerciales. Sin embargo, tanto la aparente inverosimilitud de este fenómeno como el tono conspiracionista de quienes las denuncian en internet, ha hecho que sean menospreciadas incluso por la mayoría de los periodistas del misterio.
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Enrique de Vicente
Hasta hace poco nadie parecía saber que existían o quería reconocerlo. Pero esas estelas permanentes, dejadas por aviones sin identificación, vienen cubriendo los cielos desde hace casi dos décadas y cada vez se han vuelto más intensas. Recientemente las han denunciado varios dirigentes gubernamentales y ecologistas, mientras que otros reconocen haberlas utilizado para controlar las lluvias, y cientos de documentos –incluidas algunas patentes y compañías especializadas en esta labor– demuestran que uno de sus propósitos es combatir el cambio climático. Pero si sólo se trata de algo tan benévolo e inocente, ¿por qué tanto secretismo y ninguna autoridad parece estar enterada?
Hace algo más de una década comencé a ver en el cielo esas líneas, blancas y persistentes, que cada vez se hacían más frecuentes, y a preguntarme qué significaban. No recuerdo exactamente cuándo fue. Mi esposa, por su deformación profesional como psicoterapeuta, generalmente es crítica con mis paranoias conspirativas. Pero en este caso fue la primera en llamar mi atención sobre esos trazos tan anómalos que a veces se entrecruzaban en el cielo formando una rejilla, y sigue tan convencida como yo de que son una inquietante realidad. Al reflexionar con ella, mientras escribo este informe, coincidimos en que fue pocos años antes del 11-S, todo un hito en el inconsciente colectivo.
Durante todo este tiempo fui leyendo cientos de informaciones sobre este enigma, algunas ciertamente inquietantes, otras de una solidez científica y oficial incuestionable. Pero mi búsqueda de respuestas objetivas para el mismo, se vio disparada de forma acuciante cuando mi admirado amigo Iker Jiménez me propuso un debate sobre este tema. Sobre su verdadero significado él sigue albergando dudas, como las tienen la práctica totalidad de los divulgadores del misterio, por la sencilla razón de que no han tenido ocasión de profundizar en la investigación del mismo. Esto no impidió que Cuarto Milenio diese a conocer al público hispano, de forma masiva, una sospecha que ya entonces era certeza para una amplia minoría de las personas que, como yo, están convencidas de que –parafraseando a Shakespeare– hay más cosas en el cielo y en la tierra de las que sospechamos, en ese estado de semi-sueño dentro del cual nos han acostumbrado a vivir, sin cuestionarnos profundamente qué están haciendo con nosotros para impedirnos que nos lo cuestionemos todo. Ello, con todas las muchas limitaciones que implica un breve espacio televisivo, en el que apenas hay tiempo para plantear algunas incógnitas, sin poder exponer detalladamente los numerosos detalles de este rompecabezas y formular posibles e insospechadas respuestas.
El objetivo de este primer informe es intentar esa difícil labor de síntesis, dando una visión de conjunto de una conspiración que está a la vista de todos y está sólidamente documentada, pero que sólo unos pocos quieren ver.
Sea como fuere, lo cierto es que los chemtrails vienen cubriendo los cielos de medio mundo desde hace al menos dos décadas y cada vez se han vuelto más intensos. Desde entonces, tanto yo como miles de personas, en España y otros muchos países, los hemos observado minuciosamente y comprobado que son más que evidentes las diferencias entre éstos y las estelas de condensación que forma la propulsión de los aviones a temperaturas muy bajas, algo similar a lo que ocurre con los tubos de escape…
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Enrique de Vicente
Desde hace 70 años, militares y científicos norteamericanos y de otros países han estado sembrando desde aviones diversas partículas con el fin de modificar el clima: inhibir o provocar la lluvia, la nieve o el granizo, para dañar a naciones enemigas o favorecer planes económicos. Hace tiempo que se propuso el uso de estelas químicas –idénticas a los chemtrails, cuya existencia todas las autoridades desmienten como un mito– como un método que permita combatir el calentamiento global y salvar la Tierra, obteniendo el apoyo de grandes fortunas. Hoy sabemos detalladamente cómo lo han estado durante las dos últimas décadas y de qué medios aeronáuticos y técnicos se sirven. Pero la gran pregunta sigue en el aire: ¿Qué fines reales persiguen con estas tóxicas prácticas?
Cuando el huracán Sandy castigó la costa este de EE UU muchas fueron las voces de alarma que se alzaron, en Internet, culpando de esa catástrofe natural sin precedentes a las maniobras secretas de su gobierno. Los más extremistas pretendían que había sido algo premeditado, con el propósito de fortalecer la imagen de Obama ante las inmediatas elecciones. Los moderados lo consideraban un efecto colateral de los intentos para modificar el cambio climático mediante procedimientos como los chemtrails, HAARP y tecnologías como las propuestas por Tesla hace un siglo. Lo mismo que sucedió años antes con el Katrina.
AUMENTAN LAS EVIDENCIAS
Muchas denuncias, pero con escaso eco. Porque, para la mayoría, esto sonaba una vez más a un insensato delirio conspiranoico, pese a que continuamente aumentan las evidencias que apoyan semejantes afirmaciones. Comenzando porque ambos huracanes son los que han causado mayores pérdidas de la historia y porque, en los siete escasos años que transcurrieron entre uno y otro, se han producido las más intensas nevadas registradas nunca en EE UU y otra multitud de trastornos meteorológicos que han batido récords en el resto del planeta. Claro que los más sensatos atribuyen esto al cambio climático, ya se deba éste a causas humanas o cósmicas y solares, una cuestión que –como veremos– resulta esencial en este debate. Y también cabría sospechar de sus rivales en el ajedrez planetario que, como también veremos, también dispondrían de medios similares y tal vez de armas escalares basadas en las concepciones de Tesla.
Ciertamente, cada vez son más los científicos e investigadores que reivindican el legado de Tesla como uno de los mayores genios e inventores de la historia. Algunos aseguran que, hace más de un siglo, éste se volvió consciente de que nuestro planeta se estaba calentando tanto que podría llegar a ser casi inhabitable para la especie humana. Recuerdan lo que dijo en junio de 1900: «Está muy cercano el momento en que tengamos bajo completo control la precipitación de la humedad en la atmósfera…». Están convencidos de que, desde hace tiempo, ya se está aplicando su increíble tecnología con diferentes propósitos, que van desde el control del clima y de los eventos geofísicos, hasta la gestación de nuevas e inimaginables armas, como las que él propuso desarrollar al gobierno americano, justo antes de su muerte. Y creen que el polémico HAARP (programa de investigación de aurora activa de alta frecuencia) estaría basado en desarrollos de algunas de sus polémicas concepciones…
Año Cero (270)
extractos